Agua. Hubo un tiempo en el que los hombres hablaban con el agua. Eran los hombres de las llanuras alentejanas, y los de las riberas del Guadiana, y los de los riberos del Tajo, y cuentan que la acariciaban, y que le pasaban la mano, y que ante ella se postraban, y que sobre ella escribían y trazaban líneas que avanzaban hacia el mar de Lisboa y en él desaparecían.
Y el agua era la calma a la vera del río azul, del río del norte o del sur, era el retrato de un viejo molino que muere y navega en él, era vecina de un beso que uno manda a las nubes, y que como un caballo moja los pies.
Y acampaba la calma entre rosas que traen la luz, y en la primavera que crece en los árboles, y en las palabras del libro del corazón, y en panales de besos, lirio en la piel.
Bendita hora que da el agua, tiempo de arena que para el reloj. Barcos de vela que vienen del mar, y en el molino trigo de amor. Y cruza el puente de besos de avena y sal, y cae la noche y el amor se va y se adentra en el delta de los abrazos. Y te canta cantos de vino y miel, y una palabra suya se hace ley.
Y bajo el Tajo busco la luz de un tesoro que yo escondí, para contarte que no me quiero ir. Y en tu bolsillo me he de meter como un niño para crecer.
Ponsul. Alagón. Jerte. Merlinejo. Almonte. Tiétar. Ardila. Caia. Gévora. Guadajira. Sever. Agua que da vida, Salor, y que la quita, Matachel.
Y es que cuando uno viaja a Abrantes o a Medellín o a Olivenza o a Plasencia, siente que Mesopotamia es un río en el que aquellos hombres pintaron el tiempo y la caza, como en Vila Velha de Rodâo, donde aquellos hombres guardaron el arte rupestre de ciervos y caballos, y de círculos concéntricos, espirales y serpientes, y que hoy duermen sumergidos bajo el agua del río. Y Mesopotamia es, también, un puerto de tierra dentro, de trasiego y arrebato, de cañadas azules, de donde bajan las nieves de Estrela o de Gredos, o de donde parten las naves cargadas con proscritos camino de Belmonte o de Salé, donde Marruecos. Mesopotamia. Delta interior.