LABERINTO DE FORTUNA

Dicen que en su interior se esconde un palacio, el Palacio de Fortuna, y que el laberinto que lo protege se construyó en una inmensa llanura, una llanura que los poetas árabes de Badajoz llamaron el País de Al Asnam, la tierra serenísima.



Para llegar a la puerta del laberinto se puede tomar el camino de la luna, y allá donde su reflejo se haga lago azul el viajero encontrará una cancela, una portera canadiense, y podrá acceder a él. En la primera calle encontrará tres grandes ruedas. Dos de ellas permanecen inmóviles, la tercera en perpetuo movimiento.

En las ruedas que están quietas el viajero podrá asomarse al pasado y al futuro, y en la del ayer podrá entablar una amena conversación con Rodrigo Alemán, que le recordará de su prisión en la torre de la catedral de Plasencia, y de cómo construyó alas para volar como los pájaros y fugarse de la torre que fue su cárcel, y revolcarse en las aguas cristalinas del Jerte hasta llegar a la rueda de los muertos.

En la del pasado también podrá contemplar la hermosura de Juanita Smith, la joven que huyó del fuego que destrozaba Badajoz, cuando ejércitos venidos de lejos se disputaban la ciudad a la que tantas veces arrasaron y asediaron.

Juanita le contará al viajero cómo enamoró, entre morteros y baños de sangre, a un teniente inglés, y cómo hizo de su vida también un viaje, y de cómo dio nombre a una ciudad sudafricana, y de cómo se convirtió en dama británica en los palacios del Ganges y de Calcuta, y de cómo nunca más volvió a Mesopotamia, y de cómo echaba de menos los álamos del Guadiana.

El viajero tropezará con la extravagancia de Pedro Campón, aquel vividor de Aldea del Cano que hizo de su vida su obra, y que recorrió medio mundo siendo fakir, embajador, pintor, artista de circo y preso en campo de concentración.

O podrá conocer en persona a Ibn Abdoun de Évora, el gran poeta de Mesopotamia, el que le cantó al amor junto al río, y a los pájaros, y a la guerra.



Y podrá divertirse un rato con el Bobo de Coria que recordará cómo engatusaba al rey español, o asomarse a los misterios de la cábala de Antonio Nunes Ribeiro, el judío de Penamacor que también engatusó a la mismísima zarina de todas las rusias y de todas las estepas.

Y si se adentra un poco más en la rueda del pasado, podrá ver cómo un soldado levanta armas y se esconde entre la selva filipina esperando al enemigo que nunca llegará. Es Martín Cerezo que sabe que la guerra aún no terminó. Su fin está en la rueda del futuro.